DIARIO DE LEÓN
El día que Juan Carlos Campos descubrió unos espectaculares petroglifos ni siquiera tenía pensado ir al Teleno. «Voy al sitio donde nunca hay nada», le había dicho a su mujer. Cuando estaba a punto de darse la vuelta, se topó con grabados de 6.000 años de antigüedad decorados con motivos inéditos. Dibujos y mensajes cuyo significado nadie ha descifrado aún. Unos grabados que dejaron atónito a Jeff Saward, una autoridad mundial en laberintos.
Han pasado diez años de aquel hallazgo y, en este tiempo, el legado prehistórico que dormía en León ha ido saliendo a la luz. Los grabados de Peñafadiel fueron la «semilla», porque, a partir de entonces, no sólo Campos, sino una pequeña legión de aficionados como él a la arqueología, han encontrado cazoletas y grabados que van de la Prehistoria a la Edad Media en lugares como Lucillo, Peñafurada (en Andiñuela), Peñamartín (en Chana de Somoza), en prácticamente toda la Maragatería, en el Bierzo, en los Ancares y en Alija del Infantado.
Campos publicará a finales de marzo el libro Grabados rupestres de la provincia de León, auspiciado por el Centro de Estudios Marcelo Macías, donde contará todos los descubrimientos de esta fructífera década. El libro es su particular forma de preservar unos hallazgos que la Junta «ni siquiera se ha dignado incluir en su inventario de Bienes de Interés Cultural. Todo lo contrario a lo que ocurre en Galicia», lamenta. Sus descubrimientos desataron una «fiebre de piedras» en la comarca y muchos otros devotos de la arqueología se apuntaron a la búsqueda de un tesoro prehistórico desdeñado por los investigadores, aún cuando la Universidad certificó la antigüedad de los petroglifos próximos al Teleno, a los que Campos denomina «la joya de la corona». Gracias a su espectacularidad —dice— «la gente se involucró en la búsqueda de nuevos grabados» y los hallazgos se multiplicaron por cuatro. En su libro citará a una docena de personas que localizaron más de una veintena de estaciones rupestres, donde hay, como mínimo, dos o tres piedras con dibujos y laberintos milenarios.
«Para la Junta, los petroglifos parecen un problema, porque no ha demostrado interés en ponerlos en valor. Ellos no se mueven y les molesta que otros encuentren cosas. En cambio, hemos conseguido que la gente de los pueblos hable de la Prehistoria».
Buscadores de tesoros
Entre los descubrimientos hay que destacar los que salieron a la luz el año en los Ancares. José Anglés Correa, un amante de la montaña, localizaba nada menos que siete estaciones rupestres en esta comarca leonesa; los primeros hasta la fecha. Asimismo, son excepcionales los que Campos encontró en el Castro Colorado, que podrían ser uno de los únicos vestigios astures que han perdurado. Campos batió este asentamiento astur-romano del ayuntamiento de Valderrey hasta que dio con unos grabados que han resultado ser excepcionales. Se trata de un grupo de antropomorfos (figuras esquemáticas con forma humana), posiblemente de la Edad del Hierro, en posición orante y quizá las primeras representaciones del arte astur de este tipo que aparecen en León.
En su nuevo libro Campos también describe los que aparecieron en Castrillo de la Valduerna y en Villar del Monte. Con estos hallazgos el arte prehistórico deja de ser irrelevante en León y aún faltan muchas zonas por ‘batir’, sobre todo, en la Montaña Oriental.
Celos aparte, algunos arqueólogos e historiadores sí reconocen la labor encomiable de estos aficionados, que figurarán con nombres y apellidos en el nuevo libro de Campos. Ana Franganillos descubrió una estación rupestre cerca de Viforcos; Mark Raes, un belga afincado en Andiñuela, localizó en esta localidad petroglifos con forma de serpiente; y Pedro Dios, natural de Priaranza de la Valduerna, encontró una roca con grabados rupestres mientras pescaba en el Duerna.
El descubridor de los petroglifos halla en un castro astur ‘antropomorfos orantes’.
Fue una intuición. Juan Carlos Campos, descubridor de cientos de petroglifos en Maragatería, sospechaba que el Castro Colorado, un enclave astur y posteriormente romano, no podía haber quedado al margen. Batió este asentamiento milenario del ayuntamiento de Valderrey —a pocos kilómetros de Astorga— en busca de ‘dibujos’ cincelados haces miles de años. No encontró nada, pero lejos de decepcionarse y desistir, siguió rastreando este paraje conocido también como Castro Encarnado.
Armado con luces nocturnas y tras recorrer palmo a palmo el antiguo poblamiento astur acabó localizando unos grabados que han resultado ser únicos y excepcionales. Un auténtico ‘bombazo’ arqueológico. «Yo no puedo quitar líquenes ni tocar nada», confiesa Campos, lo que dificulta más las tareas de exploración. Se trata de un grupo de antropomorfos (figuras esquemáticas con forma humana) posiblemente de la Edad del Hierro, en posición orante. Podrían ser las primeras representaciones del arte astur de este tipo que aparecen en León. En Galicia hay alguno que evocan escenas de caza. Aquí sólo hay grabados de la misma época en Castrillo de la Valduerna, pero se trata de un pie y una herradura, nada que ver con la escena «más espectacular» de Castro Colorado, formada por siete figuras masculinas (todas con un falo casi tan largo como las piernas) en posición orante. Lo llamativo es la colocación de los personajes. «Media docena de siluetas están agrupadas en un plano inferior, mientras que en el plano superior y separada de ellas aparece otro ser representado con los brazos extendidos a la altura de los hombros». La figura destacada, con pies que parecen pinzas, podría representar al líder, que «parece portar un cetro con una rara curvatura o incluso una lanza y un escudo». En su interpretación, Campos va aún más lejos: cree que «las figuras inferiores están de espaldas, mirando al antropomorfo superior, que los contempla a ellos en posición frontal». Aunque junto al grupo hay una cruz con peana triangular, Campos, por el tamaño desproporcionado de este símbolo respecto a las figuras humanas, no considera que sea coetánea, porque de lo contrario sería una de las primeras representaciones cristianas. Los antropomorfos parecen, a todas luces, más primitivos.
Sólo un verdadero especialista sería capaz de distinguir las figuras de la Edad del Hierro en una roca de cuarcita, algunos poco marcados, en la parte más recóndita del castro astur. «Están a ras de suelo, en una superficie inclinada, y es muy fácil pisarlos sin darse cuenta», explica. La misma roca fue elegida siglos después para grabar en ella marcas medievales y, en época contemporánea, rúbricas de pastores.
Los antropomorfos orantes de Valderrey guardan mucha similitud con las pinturas rupestres que se preservan en las cuevas de Librán y Sésamo. Pero si las pinturas son más o menos abundantes en todo el Noroeste, «grabados en las rocas son prácticamente inéditos».
Campos, como ha hecho siempre, entregó a Patrimonio fotografías y las coordenadas del hallazgo. Casi un año después, sigue sin recibir noticias de la Junta. Ha decidido desvelar el descubrimiento para evitar casos como el de Lérida, donde grabados prehistóricos conocidos sólo por investigadores acabaron siendo arrasados por una excavadora. En los ocho años que Campos lleva volcado en la búsqueda de petroglifos del Calcolítico diseminados por Maragatería ninguno ha sufrido daños. Claro que este experto se cuida mucho de revelar el lugar exacto donde ha encontrado auténticas ‘joyas’ prehistóricas.
Detalle de figuras antropomorfas localizadas por Juan Carlos Campos en el Castro Colorado. JUAN CARLOS CAMPOS.
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