Resistían ahora y siempre al invasor las tribus astures y cántabras que, acogotadas por la Cordillera al norte de la Península, se enfrentaron apenas treinta años antes del nacimiento de Jesucristo a los romanos. Aquellos pueblos, finalmente doblegados a las tropas de Augusto en el 19 antes de la era, fueron, según dijeron los cronistas, bárbaros que, a los lomos de robustos asturcones, tiraban a matar con flechas envenenadas con el fruto del tejo. De uno de ellos, el griego de Amasya Estrabón, se han conservado las líneas que sobre aquellos pueblos escribió... sin haberlos visitado nunca.
Así fue. Estrabón, que incluyó su 'Geografía' en base a otros autores sin haber puesto previamente un pie en la Celtiberia, hablaba de los astures no muy amablemente. «El carácter inculto y salvaje de aquellos pueblos se explica no solo por su vida guerrera», escribió, «sino también por su situación apartada». La Cordillera Cantábrica, todo lo infranqueable que era hace más de dos mil años, había apartado a los astures de la civilización romana, sinónimo de cultura versus barbarismo para Estrabón. «Nadie dirá que viven con aseo los que se lavan con orina, que se conserva podrida en tinajas, y con ella enjabonan los dientes ellos y sus mujeres, como se dice también de los cántabros...»Desde luego que no pintaba muy higiénico el tinglado, pero ¿cabe creerse a pies juntillas a Estrabón? Hablando de los usos y costumbres astures, el historiador aseguró que conocían el vino, pero lo tomaban poco, tan desconocidas eran las vides en nuestra nefasta climatología; y que bebían, preferiblemente, agua y zythos. Es decir, cerveza. Y al lector que se adentre en el resto de páginas de la 'Geografía' le llamará la atención también que, tras asegurar tal cosa, diga Estrabón que el pan se cocía con masa de bellotas y no de harina de cereal. También el que en los documentos medievales más antiguos de Asturias, escritos ocho siglos después, no haya ni una sola mención a la cerveza y escasísimas hacia los cereales con los que se elaboraría ésta. «El trigo y la cebada no se generalizarán hasta bien entrado el siglo XII, y aun así sabemos que el cereal panificable era insuficiente (...)», escribió, ya en 1983, Perfecto Rodríguez, filólogo franquino.
¿Y qué era, entonces, aquella bebida amarillenta y amarga que Estrabón, a miles de kilómetros de lejanía, atribuyó a los astures? La cuestión, como tantas en el estudio de la historia y especialmente en el de la no tan reciente, es peliaguda y se presta a discusión. La arqueología, desde luego, parece atestiguar que los astures no fueron demasiado duchos en cultivar cereal. Y Rodríguez aseguró en su día, basándose en que en la diplomacia medieval lo que sí aparecen son alusiones a pomares y sidra, en que lo que Estrabón definía como zythos, cerveza, pudiera ser, en realidad, sidra asturiana.
«El aspecto externo, su color ambarino, cierto sabor agridulce, la reacción al movimiento brusco e incluso los efectos como bebida ligeramente alcohólica y refrescante no la hacen tan diferente de la cerveza, máxime para (...) Estrabón que escribe (...) de oídas.» Lo escribe Rodríguez en 1983, y mucho más recientemente, en 2015, Santos Yanguas no lo niega, aunque sí sostiene que los astures cultivarían centeno y panizo, mijo y escanda, pero poco, y dentro de una economía más recolectora que cerealista. La discusión se hace más filológica que histórica: si Estrabón utiliza la palabra 'zythos' para nombrar a lo que en realidad sería sidra, pudiera ser porque no había palabra alguna que pudiera usar para referirse a lo que no era ni vino ni agua. La que hubiera podido corresponder a la sidra, 'sikera', no estaba establecida en el léxico de Estrabón.
Y oigan: tampoco es que tenga el monopolio del conocimiento sobre el mundo astur el de Amasya. Otros cronistas del Imperio (Plinio o Columela) avanzan, antes de que ningún documento asturiano lo suscriba, que se elaboraba ya por aquellos años un jugo de manzana y pera al que llamaban «sicera». Mientras tanto, otras referencias sitúan en territorio astur –por aquel entonces ya integrado a la Hispania romana– extensas pomaradas que bien pudieron haber servido para la producción del áureo líquido.
Ni hay ni habrá, datos seguros. Pero tampoco los hay de ningún otro extremo acerca de la vida de unos pueblos que solo saltaron a definirse en papel a la llegada del invasor, que mira desde la superioridad del colonizador y genera, así, prejuicios e incorrecciones. Todo parece llevarnos a creer que los astures, efectivamente, consumían la sidra que, ya en su época, Jovellanos señalará como propia de las más arraigadas costumbres asturianas. «Siempre tas equí, tráesme la gayola», canta el grupo avilesino Dixebra en una de sus canciones: «Botellina sidre, el mio amor ye pa ti». Y ese querer pinta, según todos los indicios, milenario.