LA CRUZADA DE NEVILLE

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domingo, 18 de diciembre de 2016

ISABEL LA CATÓLICA ENVENENÓ A SU HERMANO



DIARIO EL MUNDO

  • Aparece en un documento hallado en Harvard, firmado por la hija de Enrique IV

  • La revista La Aventura de la Historia examina el caso, ya apuntado por Marañón

 sabel la Católica ordenó envenenar a su hermano el rey Enrique IV para acelerar su ascenso al trono «por cobdicia desordenada de reynar», junto a Fernando de Aragón, quienes «acordaron, e trataron ellos, e otros por ellos, e fueron e fabla e consejo de lo facen dar (...) ponçoña de que después falleció».
Es la denuncia de un olvidado Manifiesto de 1475 firmado por Juana de Castilla, hija y heredera del rey, más conocida como la Beltraneja por sus detractores. Un apodo despectivo de la época, perpetuado hasta hoy, que la calificaba de ilegítima, apuntando a Beltrán de la Cueva, noble y favorito de Enrique, como su verdadero padre.
El documento firmado de su puño y letra con el que Juana y sus partidarios trataban de contrarrestar la campaña política contra ella de Isabel, a la que denomina «Reyna de Sicilia», con desprecio, negándole su condición de castellana, por su matrimonio con Fernando, príncipe de Aragón y Rey de Sicilia, consta de cuatro páginas escritas por las dos caras con apretada letra cortesana, un relato marginado durante siglos, en el que Juana de Castilla acusa además a su tía y madrina, no ya de usurpadora, sino de asesina, de dar «ponçoña», es decir, veneno, a su padre el rey Enrique IV.
Es también el desesperado intento por desterrar el bulo de su ilegitimidad durante la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) que siguió cuando Isabel se autoproclamó Reina de Castilla a la muerte de Enrique IV, en 1474, de la que saldría vencedora y reina.

Un dardo intencionado

Juana tampoco perdona a Isabel su matrimonio con Fernando: «Se casó e celebró matrimonio con el dicho Rey de Sicilia [Fernando de Aragón] seyendo parientes en grado prohibido, sin tener dispensación apostólica». Un dardo intencionado, porque Isabel y Fernando eran primos segundos y se habían casado en 1469 sin disponer del permiso del Papa.
Del documento acusador de Juana a Isabel sólo existe un original enviado a la ciudad de Zamora y una copia del siglo XVI de la destinada a Madrid. Es precisamente la copia del siglo XVI la que ha hallado ahora la profesora de Historia Medieval de la Universidad Carlos III María Jesús Fuente en la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard, Boston, tal y como publica en un artículo de investigación en el número de febrero de La Aventura de la Historia, en el que analiza un texto que ha sido despreciado por la historiografía. Se trata de una copia de la carta del Manifiesto destinada por Juana a la villa de Madrid que jamás se publicó, porque desapareció.
El original existe, no obstante, y se encuentra en el Archivo Histórico de Zamora, tras ser descubierto a principios del siglo XX por José Fernandez Domínguez [lo transcribió en una modesta edición de 1929 titulada La guerra civil a la muerte de Enrique IV, Zamora, Toro, Castronuño].
Pese a su gran valor, ese original no tuvo apenas repercusión, tal y como explica a Crónica Oscar Villarroel, profesor de historia Medieval en la Universidad Autónoma, autor de la reciente Juana la Beltraneja, la construcción de una ilegitimidad.
¿Qué dice Juana? No sólo el envenenamiento es la acusación sobre su tía. A Isabel y su esposo, Fernando, futuros Reyes Católicos, los califica de «mala e siniestra intención» por el hecho de «negar ser yo fija del dicho Rey [Enrique IV] mi señor». El texto está ordenado y bien escrito, demasiado para una niña de 13 años. De lo que nadie duda es de que es suya la firma del documento. El resto habría sido inducido, pues a diferencia de Isabel, Juana fue manipulada durante años por los nobles y su esposo y tío Alfonso V de Portugal, con el que se casó en 1475.
Enrique IV, hermano de isabel, murió de manera tan repentina que no le dio tiempo ni a hacer testamento
Las palabras que debían defender, a la postre, su condición de reina fueron pergeñadas entre los muros del Alcázar de Plasencia ese mismo año del señor, casi con toda probabilidad por Diego Pacheco, marqués de Villena e hijo de Juan Pacheco.
A Juana la defendían, curiosamente, los mismos nobles --Pacheco, Carrillo...-- que antes la habían desprestigiado para siempre. Ellos la motearían La Beltraneja, y así quedó para la Historia, al estar envueltos en 1464, dos años después de nacer ella, en una disputa con Enrique IV, que saldarían haciendo correr el rumor de la impotencia del rey y la paternidad de Beltrán de la Cueva.

Posible arsénico

El autor o autores reales del panfleto iban muy lejos con las acusaciones de asesinato, hasta el punto de afirmar en el opúsculo que se sabía de las órdenes para envenenar a Enrique IV con antelación: «...siete u ocho meses antes, que el dicho Rey mi señor falleciesse, a algunos Caualleros, en algunas partes destos mes reynos, afirmándoles e certificándoles que sabían cierto que auia de morir antes del día de Navidad e que non podía escapar...».
No hay pruebas de ello, ni de la implicación de Isabel, pero... El prestigioso médico Gregorio Marañón publicó en 1930 su Ensayo biológico de Enrique IV, en el que señalaba la posibilidad del arsénico como causa de la muerte del rey, tesis que apuntalaría cuando exhumó los restos del monarca en 1946, hallados por casualidad poco antes detrás del retablo del Monasterio de Guadalupe.
El Manifiesto de Juana fue olvidado mientras que la denominada Autodefensa de Isabel, de 1471, el documento equivalente en el que la que futura reina católica esgrime sus razones y derecho al trono, ha prevalecido. A su lado, la firma de Juana es el relato de un fracaso: perdería en el campo de batalla, en la diplomacia y en la propaganda. Y sería sepultada por siglos de relatos históricos que favorecieron a Isabel y Fernando.
Derrotada la niña Juana, su muy católica tía la obligó a renunciar a sus títulos de Castilla y acabó relegada en un convento de las Clarisas en Coimbra, Portugal. Aunque salió del noviciado, nunca volvió a Castilla. Murió en 1530 recluida en Lisboa, de donde desaparecieron sus restos en el terremoto de 1755, un último y macabro giro del destino que impide por siempre contrastar su ADN con el de Enrique IV y despejar las eternas dudas sobre su legitimidad.
De la posible ponzoña o veneno --arsénico decía G. Marañón-- que pudo acabar con la vida de Enrique IV, tan repentina que no le dio tiempo a hacer testamento (circunstancia que benefeció a Isabel), sólo queda el Manifiesto de Juana, con esa firma de niña que, entre tanta manipulación y propaganda, se erige sin duda como lo único incuestionable. Tenía 13 años y el reino perdido.

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