CORDOVERO: UNA ALDEA CELTA CON HISTORIA
Imagen antigua de Cordovero.
Autor: Fernando Inclán Suárez ex juez de Pravia
LA NUEVA ESPAÑA
En el pueblo praviano, como ocurrió en las
Galias tras la conquista romana, el suelo agrario conserva en parte la
fisonomía que en su tiempo le dieron los anteriores pobladores
En la revista «Campo Astur», de abril de
1968, con el título de «Una supervivencia del colectivismo agrario en
Asturias», mostramos un peculiar uso tradicional presente en Cordovero,
situado a 12 kilómetros de Pravia, claro residuo de la marca germánica
en el aprovechamiento de las tierras de sembradura.
Su
fértil ería, conocida como Llousina, de una extensión primitiva de unas
dos hectáreas, antes de la construcción de la nueva iglesia parroquial
en la parte superior y de la merma por la carretera local, se reparte
entre los vecinos beneficiarios para el cultivo individual. El sorteo se
hace, cada cuatro años, el primer domingo de octubre, después de la
celebración de la misa, y solamente pueden disfrutar de una parcela los
residentes en el pueblo, casados e hijos legítimos de matrimonio, cuando
uno de los padres hubiese nacido en Cordovero. En caso de muerte de uno
de los consortes, el viudo continúa beneficiándose de la parcela,
mientras la viuda conserva sólo media.
En
los pueblos sujetos a un régimen colectivista, la vecindad va unida a
la casa y al matrimonio y, como lleva implícitos los derechos a usar y
aprovechar agrícola y pecuariamente los terrenos comunes, no se adquiere
por el simple empadronamiento; entre los francos, según textos
carolingios, los recién llegados al mansus o explotación rural, llamados
huéspedes, creaban múltiples conflictos y, aunque se les toleraba, no
llegaban a integrarse en la comunidad vecinal, careciendo, por ello, de
sus privilegios; en las ordenanzas del concejo de Aller -modelo de
regulación de vida campesina-, los forasteros son igualmente rechazados a
participar en el disfrute de los bienes comunales. Por esta razón, en
Cordovero, para el disfrute de su ería es necesario tener la condición
de vecino arraigado. Resulta curiosa la coincidencia con otras prácticas
colectivistas; así en Llánaves (Riaño), desde siempre las tierras
labradías se vienen sorteando cada diez años entre los vecinos en lotes
de unas tres fanegas -una con 82 hectáreas-, correspondiendo a las
viudas sólo medio lote.
Originariamente,
la Llousina, como el agra gallego, estaba cerrada con sebe o un fuerte
desnivel y tenía una única entrada, por lo que debía hacerse en todas
las suertes un cultivo obligatorio -antes sería escanda o centeno y
últimamente maíz y fabas-, permitiéndose el paso o serventia a través de
las mismas para las labores del cultivo -abonado y arada-, que se
iniciaba en las inferiores y la recogida de la cosecha, que, al
contrario, comenzaba por las superiores, concluyendo todo ello en
determinadas fechas: la ería se abría el 29 de septiembre, festividad de
San Miguel, y se cerraba el 25 de abril, día de San Marcos.
Incluso,
antes, levantadas las cosechas, pudo aplicarse la derrota, usual en los
cortinales para el aprovechamiento de los rastrojos por los ganados del
pueblo.
Por tradición oral
-según me manifestaron entonces los hermanos Lola y Camilo García, los
más viejos del lugar-, se sabe que los beneficiarios originarios fueron
seis familias y el cura párroco, que disfrutaba también de una parcela
en propiedad, de veintiséis con veinticinco áreas, que fue vendida por
el Estado en la desamortización de los bienes del clero secular, a
mediados del siglo XIX, pasando al patrimonio de un vecino. La
superficie de las suertes varía en todos los repartos por los cambios
acaecidos en la demografía local. La caída de la población rural se
inició hacia 1968, bajando en aquel cuatrienio las parcelas de veintidós
a diecinueve, según se refleja en el catastro de rústica (polígono 53,
parcelas 50 a 69, excluida la 65 por el motivo expuesto). Igualmente, es
notorio y proverbial en el pueblo que la ería de la Llousina fue donada
por una dama de la nobleza para su disfrute en las condiciones
referidas; al no existir documentación histórica acreditativa de esta
leyenda, consideramos el asunto como una reminiscencia de la marca en la
colonización por un pueblo o comunidad de su territorio: la casa y el
huerto, hufe, de propiedad privada; las erías repartidas periódicamente
para el cultivo independiente y los pastos y bosque, allmende, indivisos
para el aprovechamiento en común del vecindario.
Ahora,
desde la publicación de la «Colección Diplomática de Celanova» por
Emilio y Carlos Sáez y, especialmente, de la «Vida y milagros del obispo
San Rosendo», sabemos que la gratitud de las gentes de Cordovero, en
forma de tradición, transmitida de generación en generación, no es una
leyenda, responde a la realidad histórica: la donante de la Llousina fue
Ilduara, casada con el conde Gutier, una aristócrata del siglo X, como
titula M.ª del Carmen Pallares Méndez su magnífica monografía.
Con
la expansión del reino de Asturias, Alfonso I organiza la
administración territorial, delegando en los comtes, sus hombres de
confianza en la guerra y en la paz, la plena autoridad real en
determinadas áreas o comarcas de sus extensos dominios. Y en el
matrimonio de Ilduara y Gutier se fusionan dos de las principales
familias del reino astur-leonés: ella era nieta de Gatón, conde del
Bierzo, e hija de Ero, conde en tierras de Lugo; y él, hijo de
Hermenegildo, consejero y pariente de Alfonso III, casado con
Hermosinda, prima del rey, cuya hija Elvira, a su vez, fue esposa de
Ordoño II de León.
Resumamos el
relato de la «Vida y milagros de San Rosendo (907-977)». Ilduara,
desesperada por no tener descendencia tras continuas súplicas en
diversos santuarios, estando en la villa real de Salas se dirige al
monte Córdoba, distante unas dos millas en línea recta por el bosque, y
el gran sufrimiento y sus piadosas oraciones acaban en una visión
angélica anunciadora del cumplimiento de sus anhelos. Llamado su esposo
Gutier, que estaba combatiendo a la morisma en Coimbra y transcurrido el
debido tiempo, nació su primer hijo, San Rosendo, al que siguieron
después otros cuatro. En acción de gracias, dio libertad a las familias
siervas y les cedió la mitad de la heredad que poseía en aquel lugar,
edificando en el mismo una iglesia en honor de Dios y de San Miguel.
Este
suceso, despojado de los excesos hagiográficos, puede ubicarse
perfectamente en el actual Cordovero. El monje cronista Ordoño de
Celanova olvida el nombre real de Cordovairo, situado en Salas
(Asturias), donde Ilduara y Gutier poseían una villa o explotación
agraria, pese a su múltiple constancia en la documentación del
monasterio, sonándole, a los doscientos años, por semejanza la capital
del Califato.
Coinciden con
este parecer fray Justo Pérez de Urbel, M. Gómez Moreno y,
recientemente, Miguel Calleja Puerta; lo avalan tanto la orografía, pues
en el relato se dice que Ilduara «mando preparar un camino por la cima
del monte» y, en realidad, del castillo de Salas a Cordovario, por
Camuño y Linares, atravesando el carbayeu del Rey, entonces más extenso,
sin servirse de la vía romana de La Estrada a La Calzada, en línea
recta hay unos diez kilómetros, como la preferencia de San Rosendo por
el lugar, ya que firmado el año 934 la partición de los bienes de sus
padres y abuelos, le corresponde a cada heredero una quinta parte en
Cordovario y en el año 951 accede a la perteneciente a su hermana
Adosinda.
Seguidamente, hacemos
la descripción histórica de Cordovero. Gutier, en el año 912, efectúa a
su esposa Ilduara una donación, donatio inter cónyuges, consistente en
la mitad de lo conseguido y que pueda conseguir de la generosidad regia y
de la participación en la guerra -muestra de su cariño al hacerla
copartícipe del control de sus bienes, sobrepasando a la propia ley-, en
la que, por lo que nos interesa, se dice: «in territorio Asturiensi
villa quam vocitant Cordovarium ab integritate, qui est fundata iuxta
ripa riui Arancum, cum adiacentiis vel cunctis prestationibus suis».
En
base a este texto, suele atribuirse la fundación de esta villa agrícola
a un ascendiente del conde Hermenegildo, lo que es un desatino, pues en
ese caso llevaría unido el nombre de su posesor, como ocurre en otros
lugares del entorno próximo o Villagatón, en Brañuelas (el Bierzo,
León), debiendo desecharse, igualmente, la colonización por cristianos
huidos de Córdoba. Posiblemente, la concesión de Cordovero se deba a una
merced del rey Silo -celta con dominios en Lugo- a un compañero de
armas de la misma etnia por la ayuda prestada en la batalla del monte
Cupeiros, en Castroverde, al llevar incluida también Cañedo, en la misma
cuenca del río Aranguín y muy cercano a la corte de Santianes (Pravia).
En
los viejos tiempos, el campesino, «enemigo del bosque oscuro», hacía un
claro en el mismo y formaba un pueblo, siempre que se diesen unas
circunstancias favorables: terreno ligero y fácil de arar y una fuente
abundante, prefiriendo las laderas soleadas, donde la viviendas
recibiesen el máximo de luz y el menor azote de los vientos. Todas estas
cualidades, poseídas por Cordovero en grado sumo, las tuvieron que
aprovechar, indudablemente, gentes colonizadoras en época anterior a los
hispano-romanos, asentados después en villas en los alrededores. La
etimología del topónimo lo confirma. Cordovario está compuesto de una
raíz indoeuropea *cor que indica construcción redonda y, por ende,
cerrada, contenida con igual significado en corro (depósito para la
maduración de los erizos), corral, cortinal o llousa en bable, corondas
de hórreos y paneras, corium (cuero) e incluso corbatas (castañas
cocidas con su piel), a la que se añade el sufijo o alargamiento
*avario, de varetis, palabra de origen zenda, que significa valla o
cercado, y que en el caso del arroyo Savario, en dicho lugar, indica
límite del territorio.
Estrabón,
en su famosa obra, dice que los celtas vivían dentro de una especie de
cercados, de kraals circulares, que servían a la vez de parques del
ganado. Este sistema de parque o prado comunal denota una economía
esencialmente pastoril, por la protección que ofrecía para los animales,
sin menoscabo a las producciones agrícolas para el sustento diario.
Puede observarse, a simple vista, que el núcleo originario de la villa
de Cordovero fue un cercado o empalizada entre las viviendas de sus
primeros moradores en torno al prado comunal, hacia el cual podían
incluso conducir, por gravedad, el agua de la fuente cercana.
Cuando
publiqué, en 1968, el referido trabajo, como se confiase en las
posibilidades de la moderna agricultura de grupo, propuse un modelo para
dar rentabilidad económica a la explotación de la Llousina; fracasada,
casi totalmente en España, aquella idea de gestión comunitaria para
paliar los defectos del minifundismo, ahora con el fuerte éxodo rural,
la ería ha dejado de cultivarse, se dedica a pasto y de los once vecinos
residentes durante todo el año en el pueblo sólo tres matrimonios
jubilados tendrían derecho al disfrute de este bien comunal en la forma
tradicional.
Como colofón,
debemos resaltar que en Cordovero -como ocurrió en las Galias tras la
conquista de Julio César-, el suelo agrario ha conservado en gran medida
la fisonomía que en su tiempo le dieron los celtas. Certera apreciación
la de Ortega y Gasset: «El alma del labriego es docilidad y
tradicionalismo, recogimiento de lo cotidiano, imperio del hábito,
gravitación hacia el pasado».
AUTOR
Fernando Inclán Suárez ex juez de Pravia
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