Mayrit o Magerit | El origen musulmán de san Isidro
Madrid carecía de población autóctona antes de la invasión de Mohamed I, Una cátedra de Historia Medieval de la Universidad Complutense trabaja desde hace algunos meses sobre la hipótesis según la cual, san Isidro, el patrón de Madrid, podría ser, hasta su conversión, musulmán. La teoría, contemplada por Cristina Segura, titular de Historia Medieval, parte de una evidencia histórica: el enclave sobre el que se irguió Madrid antes de su fortificación por Mohamed I, en la segunda mitad del siglo IX, carecía de población autóctona preexistente. No hay testimonio alguno de asentamientos anteriores desde la edad del bronce.
Los testimonios materiales sobre el patrón madrileño son sólo un códice de fines del siglo XIII; la arqueta de su sepultura, hoy en el testero de la girola de la catedral de la Almudena y su propio cuerpo -murió en torno al año de 1172- del que la tradición dice que fue hallado incorrupto 40 años después de su muerte, tras la que fue inhumado en el cementerio de San Andrés, junto a la hoy parroquia del mismo nombre. Tras ser enterrado entre 1535 y 1555 en la Capilla del Obispo y regresar a su entierro de San Andrés, su cuerpo se conserva hoy en una urna de plata, regalo de la reina Mariana de Neoburgo, esposa de Carlos II, en el altar mayor de la colegiata de San Isidro en la calle de Toledo. “El sarcófago fue abierto por última vez en 1982”, informa José Sánchez, sacristán de la colegiata.
Los otros testimonios, orales y documentales sobre vida y milagros de Isidro, fueron elaborados a partir de 1212, fecha de la batalla de las Navas de Tolosa. Por primera vez hay noticia allí de una presencia del concejo madrileño, mediante un destacamento que combate junto a las huestes cristianas, bajo estandarte heráldico propio, osa incluida, contra las tropas islámicas.
Prosiguen hasta 400 testimonios de milagros entre finales del siglo XIII y mediados del siglo XVI, para culminar a principios del siglo siguiente -en torno a la expulsión de los moriscos- en que en marzo de 1622, el papa Gregorio XV canoniza a san Isidro, si bien no se oficializa hasta su firma en 1724 por Benedicto XIII.
El nacimiento de Isidro, según las más antiguas crónicas, hagiografías religiosas y posteriores recreaciones que abarcan hasta el siglo XVIII, data de 1082, poco antes de que el rey Alfonso VI recobrara en 1086 la plaza madrileña junto con la de Toledo, en poder del islam desde tres siglos antes. Por consiguiente, si Isidro era lugareño de Madrid, sus progenitores descendían o de las huestes o de los colonos que vinieron al centro de Castilla con los musulmanes.
Otra hipótesis que se baraja desde la cátedra que regenta la historiadora Segura es etimológica: “El nombre propio del patrón derivaría del árabe Driss e Isidro sería su castellanización”.
La vida del labrador, narrada por el cronista Juan Gil de Zamora un siglo después de la muerte de Isidro en el llamado Códice de Juan Diácono, se ve vinculada al arte del agua, milagros incluidos. Su iconografía le coloca siempre una aguijada en la mano, vara instrumental para la fontanería. La tradición cristiana señala que Illán, hijo de Isidro y de María, llamada luego de la Cabeza, lugareña de Uceda y vecina de Torrelaguna, cayó a un pozo muy profundo mientras él faenaba en el campo. Tras rezar devotamente junto a su mujer, el agua del pozo afluyó copiosamente por el brocal e Illán reapareció sobre las aguas, sano y salvo. Este pozo, dice la tradición, es el que se conserva en el Museo de los Orígenes, en la plaza de San Andrés, con 27 metros de profundidad, tres de ellos de agua.
El arca donde estuvieron sus restos presenta en su facies anterior una gran noria de cangilones, emblema de la hidráulica árabe. Tanto la representación de Isidro como la de su esposa, María, se muestran siempre velados con tocados similares a kefias, bajo arcadas mudéjares.
Para Segura, “la importancia en Madrid de la comunidad mudéjar -la subsistente a la conquista por Alfonso VI- fue muy grande y contaba con representantes propios, llamados alamines”. Así, “de ello derivaría el nombre de la plaza del Alamillo, no de una especie vegetal, sino de la sede del alguacil mudéjar madrileño”. Otro aspecto que contemplan los historiadores es la actitud invariante de la iglesia de Roma por integrar factores creenciales de religiones preexistentes en su propio discurso. Así, al igual que la Virgen de la Almudena tiene un nombre de origen árabe -como la de Fátima- la veneración por Isidro, convenientemente integrada, podría proceder de otra confesión. La santidad es una hierofanía, manifestación de lo sagrado y no monopolio de ninguna religión, según el gran pensador de las religiones, Mircea Eliade.
Se sabe que Madrid era un producto medieval. ¿Qué supone tal afirmación? Entre los siglos IV y VII después de Cristo resulta palpable la decadencia de la población en el territorio madrileño, hasta la práctica desaparición de todo núcleo que pudiera ser considerado urbano, incluso dentro de las coordenadas de la época. Ni tan siquiera Complutum conservó tal naturaleza, pues a la altura del siglo VII era poco más que un despoblado. Esta situación de decadencia no vino motivada por el hecho musulman. Se trata de un lento pero persistente proceso que enraíza con la crisis del Bajo Imperio Romano y que alcanza su cenit al final de la época visigoda. Si Toledo conservó a lo largo de estos siglos su personalidad, incrementada incluso por la radicación en ella de la capitalidad del reino visigodo después de la desaparición del reino de Tolosa, confirmada en el IV Concilio de Toledo del 633 cuando Sisenando ocupó el trono después de destronar a Suintila; no sucedió lo mismo con los núcleos existentes en el territorio madrileño. Una vez consolidada la presencia musulmana en la Península, la región central se convirtió en una especie de tierra de nadie. Un auténtico vacío demográfico que sólo empezó a cobrar valor, por razones de tipo estratégico, conforme se acentuó la presión militar de los reinos cristianos del Norte. De esta manera, el territorio madrileño adquirió una creciente importancia en función de la defensa de Toledo, hasta llegar a ser la posición defensiva más avanzada de la comarca septentrional y fronteriza de la Marca media, cuya capital era Toledo.
En este contexto de clara impronta militar, Talamanca se configuró como la fortaleza vigilante del camino que unía el murallón defensivo de la Sierra con Toledo. A partir de la segunda mitad del siglo IX una colina situada en la margen izquierda del río Manzanares, enlace natural entre la Vía Lata y Toledo, comenzó a adquirir un destacado interés estratégico, hasta el punto de que, en una indeterminada fecha sujeta al debate historiográfico pero que podemos establecer entre el 860 y 880, allí se construyó una fortaleza. La ciudad de Madrid salía a la palestra de la Historia bajo la forma de un pequeño núcleo amurallado, de corte militar, denominado Mayrit. En efecto, Mayrit nació como un ribat; es decir, una comunidad a la vez religiosa y militar, donde pequeños grupos de musulmanes se preparaban para la yihad (esfuerzo) Clásica de las zonas fronterizas, vendría a ser la contrapartida musulmana del ideal guerrero-cristiano de los reinos del Norte, sobre el que se forjó la ideología de la mal llamada Reconquista y que posteriormente cristalizó en la formación de las órdenes religiosas y sus establecimientos.
Ese ribat llamado Mayrit pronto se convirtió en el principal enclave musulmán del territorio, disputando la primacía a Talamanca, incluso en el siglo X llegó a contar en algunas ocasiones con gobernador propio. En el emplazamiento que ocupa actualmente el Palacio Real se erigió en época del emir Muhammad I (852-886) una fortaleza con su torre y el recinto amurallado contiguo, ampliado y reformado en el siglo X, con murallas de hasta 6 metros de espesor, a saber que se defendian. Separado por un barranco -hoy en día la calle Segovia- se extendió el arrabal por las cercanías de la Cava Baja. En el cruce de las calles de Bailén y Mayor estaba radicada la Mezquita Mayor.
Ribat de Madrid (Al-Madridi) Dibujo de J. Cornelius Vermeyen del viejo Alcázar. La imagen corresponde, aproximadamente, al año 1534, antes de la ampliación emprendida por Carlos I en 1537, la primera de envergadura realizada en el edificio. Es probable que éste fuera el aspecto que presentaba el castillo musulmán, cuya estructura y muros sirvieron de base al palacio real promovido por el emperador.
El desaparecido Real Alcázar de Madrid estuvo situado en el solar donde actualmente se erige el Palacio Real, en la ciudad española de Madrid. Construido como fortaleza musulmana en el siglo IX, el edificio fue ampliándose y mejorándose con el paso de los siglos, hasta convertirse en palacio real. Pese a ello, siguió conservando su primitiva denominación de alcázar.
La primera ampliación de importancia acometida en el edificio se efectuó en el año 1537, por encargo del emperador Carlos I, pero su aspecto exterior final corresponde a las obras realizadas en 1636 por el arquitecto Juan Gómez de Mora, impulsadas por el rey Felipe IV.
Fue residencia de la Familia Real española y sede de la Corte desde la dinastía de los Trastámara hasta su destrucción en un incendio en la Nochebuena de 1734, en tiempos de Felipe V.
Orígenes
Existe una amplia documentación sobre la planta y el aspecto exterior que tuvo el edificio entre el siglo XVI y 1734, cuando desapareció en un incendio: numerosos textos, grabados, planos, maquetas y pinturas. Sin embargo, las imágenes de su interior son muy escasas y las referencias sobre su origen tampoco son abundantes.
El primer dibujo que se tiene del Alcázar fue realizado por J. Cornelius Vermeyen hacia el año 1534, tres decenios antes de la designación de Madrid como capital de España (véase la imagen 2).[1] En él se muestra un castillo articulado en dos cuerpos principales, que tal vez pueda corresponderse, al menos parcialmente, con la estructura de la fortaleza musulmana sobre la que se asienta.
Esta primitiva fortificación fue levantada por el emir cordobés Muhamad I (852-886), en una fecha indeterminada comprendida entre los años 860 y 880. Era el núcleo central de la ciudadela islámica de Mayrit, un recinto amurallado de aproximadamente cuatro hectáreas, integrado, además de por el castillo, por una mezquita y por la casa del gobernador o emir.
Su enclave, en un terreno escarpado, coincidente con el emplazamiento del actual Palacio Real, reunía un gran valor estratégico, dado que permitía la vigilancia del camino fluvial del Manzanares. Éste resultaba clave en la defensa de Toledo, ante las frecuentes incursiones de los reinos cristianos en tierras de Al-Ándalus.
Es probable que el castillo fuera fruto de la evolución, en ese mismo lugar, de diferentes construcciones militares anteriores: primeramente, una atalaya de observación y, con posterioridad, quizá un pequeño fortín.
El viejo castillo fue objeto de diferentes ampliaciones con el paso del tiempo, quedando la estructura original integrada dentro de los añadidos. Así puede observarse en algunos grabados y pinturas del siglo XVII, en los que aparecen, en la fachada occidental (la que da al río Manzanares), cubos semicirculares que desentonan con el diseño general del edificio (véase la imagen 1). Cabe pensar que esa fachada pertenecía originalmente al castillo musulmán y que se incorporó al alcázar, al utilizar la fortaleza inicial como base del nuevo edificio.
Carvajal: Este contenido militar actúa de elemento definitorio por excelencia. Así el territorio madrileño se jerarquiza en función de tres núcleos principales, Mayrit, Talamanca y Qal’-at’-Abd-Al-Salam (Alcalá de Henares), los dos últimos de similar estructura a la que hemos apuntado para el caso de Mayrit. Todos ellos están situados estratégicamente en las tres vías fluviales más importantes de la región que, además, coinciden con las principales vías de comunicación: Talamanca en el Jarama, Mayrit en el Manzanares y Alcalá en el Henares. Servían tanto de instrumentos de defensa como de garantía para la utilización de estos caminos. Talamanca era la primera plaza defensiva más acá del Sistema Central. Alcalá era un bastión fundamental en el trayecto Toledo-Medinaceli y Mayrit se constituía en el más importante resguardo defensivo de Toledo. Conforme se incrementó la presión conquistadora de los cristianos, el enclave militar madrileño adquirió una mayor relevancia en todo el sistema defensivo de la Marca Central musulmana. Tengamos en cuenta que si en un primer momento, siglo VIII, fue el camino del Henares el más transitado por los musulmanes como salida natural hacia Zaragoza y el que contempló las primeras correrías cristianas; a partir del siglo IX, el mayor empuje del reino asturleonés le posibilita, dada su pujanza repobladora, contar con sólidas bases de sustentación en la Meseta Norte, hizo de Talamanca la plaza fuerte más importante de la zona, tomada circunstancialmente por Ordoño I en el 861. Los musulmanes comprendieron que el peligro provenía frontalmente del Norte, a pesar del murallón natural de la Sierra. Con la incursión en el 881 de Alfonso III, que llegó a las inmediaciones de Toledo, la primacía defensiva de Mayrit se hizo más patente todavía, desplazando definitivamente a Talamanca, con ello la alcazaba madrileña se convirtió en el asentamiento humano más significativo del territorio.
Acompañaban a estos tres núcleos de población, varias pequeñas fortalezas y asentamientos rurales como Qal’-at-Jalifa (Villaviciosa de Odón), Rivas de Jarama (Rivas-Vaciamadrid), Sal Galindo, junto al Tajuña, en el actual término de Chinchón, la Marañosa (en San Martín de la Vega), Malsobaco (en Paracuellos del Jarama) y Cernera (en Mejorada del Campo). Completaba el entramado humano madrileño un hábitat disperso de alquerías y granjas por todo el territorio, y, finalmente, un conjunto de torres atalaya dispuesto en cuatro hileras, situadas en lugares estratégicos con la misión de alertar de posibles incursiones cristianas. Una primera hilera estaba situada a lo largo del río Jarama, en sitios como el Berrueco, el Vellón, el Molar y Alcobendas. La segunda trama vigilaba los pasos de la Sierra con Madrid, bordeando la vieja calzada romana, en lugares como Torrelodones, Hoyo del Manzanares… La tercera hilera situada a lo largo del cauce del Manzanares cubriría el camino de Mayrit a Toledo, con torres en Torrejón de la Calzada, Torrejón de Velasco, Cubas y Valdemoro. Por fin, el cuarto tramo emplazado en el oeste y Suroeste de la actual provincia, surcaba la ruta próxima del río Guadarrama, con Alamín y Almenares entre otros. Así quedó estructurado el territorio madrileño durante los siglos IX y X, cada vez más sujeto a la presión leonesa cuyas avanzadillas asolaban con frecuencia la región. Ramiro II en el 939 tomó la alcazaba madrileña, abandonándola de forma inmediata; igual suerte corrió Mayrit en 1047, cuando fue tomada por Fernando I. Estas incursiones aventuraban la definitiva caída de Madrid en manos cristianas (Final del escrito de Carvajal)
Hay buenas ideas, pero es un poco batiburrillo. Por ejemplo, Calatalifa era una ciudad tan importante como Madrid has el siglo XII-XIII.
ResponderEliminarMe alegra volver a verle desde los tiempos de la Gran Celtiberia.
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