LOS ESPAÑOLES SON MÁS BRITÁNICOS QUE ITALIANOS
EL CORREO DE ZAMORA
El acervo genético de las actuales poblaciones en todo el mundo es el producto de múltiples mestizajes
Aunque no tengamos muy claro todavía
quiénes somos, la investigación genética ha avanzado extraordinariamente
desde la publicación de la primera secuencia genómica humana en 2001.
Los avances han revolucionado la investigación de la historia
demográfica de la humanidad, sobre todo desde que Svante Pääbo fuera
capaz de extraer datos genómicos correspondientes a restos fósiles de
neandertales y denisovanos. Por eso, hoy cada vez es más factible
reconstruir la historia demográfica de las poblaciones humanas
utilizando modelos estadísticos extraordinariamente complejos.
En
muchos casos, los datos de la genética confirman previos estudios
arqueológicos o lingüísticos, pero en ocasiones desafían el nivel de
nuestro conocimiento actual. Por ejemplo, la impresionante homogeneidad
del genoma europeo es coherente con los estudios lingüísticos sobre las
lenguas indoeuropeas y, aun así, ha sido una sorpresa relativa descubrir
las peculiaridades genéticas de los italianos del sur, los más alejados
del genoma europeo, junto con los finlandeses; o la cercanía genética
al resto de Europa de los vascos, que, por hablar un idioma no
indoeuropeo, eran los que se suponía que debían presentar una distancia
genética mayor.
Otra
sorpresa que nos incumbe es el gran predominio de haplogrupo del
cromosoma Y, R1b, en toda Europa occidental. Es, con enorme diferencia,
el más frecuente en todas las regiones de España. Dentro del R1b, la
subclase R-DF27 supone mucho más de la mitad del total de R1b en la
Península Ibérica. Lo sorprendente es que El R-DF27 es también una
subclase significativa de R1b en muchas zonas de Francia y Gran Bretaña.
Sin embargo, es insignificante en Italia. Desde el punto de vista
genético, somo por lo tanto más atlánticos que italianos, algo que no
parece encajar bien con nuestra historia arqueológica, lingüística y
cultural. Pesa más un sustrato común, lejano y aún indescifrable con
otros pueblos europeos occidentales que la romanización y la
mediterraneidad, que hemos considerado siempre una parte esencial de
nuestra identidad.
Otra
sorpresa: España, a diferencia de Italia, es muy homogénea desde el
punto de vista genético. Por supuesto, hay presencia genética semítíca y
del Norte de África, pero es pequeña y se reparte de modo confuso y
desconcertante: hay más en Galicia que en Andalucía. El acervo genético
de las actuales poblaciones en todo el mundo es el producto de múltiples
mestizajes entre distintas etnias, y el país que hoy llamamos España no
es una excepción. Pero los genetistas muestran su desconcierto ante la
ausencia relativa de genes de pueblos colonizadores o invasores que nos
han dejados un legado cultural importante. Ni los fenicios, ni los
griegos, ni los romanos, ni los godos, ni siquiera los árabes
consiguieron alterar sustancialmente la composición genética de la
población peninsular, mientras que nuestra conexión genética más
relevante es con diversos pueblos atlánticos como los portugueses, los
franceses, los irlandeses, los galeses, los ingleses del oeste y los
escoceses.
Los datos son ya
muy consistentes, pero faltan explicaciones coherentes con lo que
conocemos de la historia, de la lingüística y de la arqueología. Una
posible clave podría ofrecerla un estudio reciente de David Reich, de la
Harvard Medical School (EEUU) y Carles Lalueza-Fox, del Instituto de
Biología Evolutiva de Barcelona, publicado el año pasado en "Science",
que tomó como base los genomas completos de 271 restos humanos hallados
en un centenar de yacimientos de toda la Península Ibérica y los cotejó
con otros secuenciados en investigaciones anteriores de personas que
vivieron en el pasado y de otras que viven en la actualidad. El estudio
avala la tesis de que, a pesar de que la composición genética de los
españoles es producto de varias migraciones de tiempos prehistóricos, la
que más impacto tuvo fue la gran ola de cambio genético que se extendió
por Europa desde norte del Mar Negro durante la Edad del Bronce En
concreto alude a los yamna, la tribu esteparia que, procedente de alguna
zona cercana a la actual Ucrania, tras conquistar Europa llegó hasta la
Península Ibérica y reemplazó el genoma ibérico prehistórico hace unos
5000 años, trayendo con ellos el primitivo lenguaje indoeuropeo. Ello es
coherente con la teoría de la doctora Marija Gimbutas, quizá hoy en día
la más ampliamente aceptada para explicar el vuelco cultural que sufrió
Europa.
Los nómadas
esteparios tuvieron un "tremendo impacto" en Europa y Asia gracias a las
ventajas militares que tenían sobre sus enemigos: Su uso del carro
tirado por animales les permitía cubrir grandes distancias con gran
cantidad de equipaje y suministros, lo que supuso una ventaja crucial
sobre el resto de los pueblos europeos. Aunque estos invasores se
mezclaron con diversos pueblos preexistentes lo hicieron, según los
datos obtenidos por el equipo de Reich, de una manera no simétrica por
sexos: un corto número de varones invasores fecundaron a muchas hembras
(el AdN mitocondrial, que se transmite por vía materna, es mucho más
diverso). Parece que un tercio de la población peninsular fue
completamente reemplazada por yamnayas, pero nada menos que el 90% de
sus varones porta sus cromosomas. El proceso se realizó durante varias
generaciones y no implicó ningún tipo de conquista imperial, sólo un
asentamiento y desplazamiento de las poblaciones originales y un
apareamiento selectivo de los varones yamnayas con las hembras nativas,
algo similar a lo sucedido en buena parte de América latina con las
mezclas genéticas entre europeos y aborígenes.
Pero si el gran cambio genético de los
tiempos prehistóricos fue el de los yamnayas, el de los tiempos
históricos ha sido la Reconquista. Y eso explica la otra parte
importante de la gran homogeneidad genómica peninsular. Un grupo de
genetistas de la Universidad de Oxford y de Universidad de Santiago nos
presenta en otro estudio de 2019 publicado en Nature Communications otra
gran sorpresa: el eje de la diferenciación genética dentro de las
distintas localidades españolas discurre de este a oeste, como si fuesen
husos horarios, mientras que existe una similitud genética notable de
norte a sur. Se supone que las poblaciones norteñas fueron repoblando el
sur conquistado siguiendo ejes verticales. Habría cinco patrones que
libremente vamos a definir como el galaico-portugués, el
astur-leonés-gaditano, el castellano-sevillano-granadino, el
aragonés-levantino y el catalano-balear. Zamora pertenece al segundo.
Según esto, estaría más conectada genéticamente con Huelva que con
Valladolid. De nuevo la genética nos aleja del sentido común que nos
muestra la cultura. Y es que, aunque seamos genéticamente más británicos
que los italianos, desde el punto de vista cultural seguimos siendo,
dos mil años después, Nueva Roma.
Sentido
común y significación cultural cuyos misterios nos recuerda el poema de
Borges que hablaba de "Las migraciones que el historiador, guiado por
las azarosas reliquias de la cerámica y el bronce, / trata de fijar en
el mapa y que no comprendieron / los pueblos que las ejecutaron".
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