LAS TERMAS ROMANAS Y EL CAMPO VALÉS
POR GUILLERMO M. LOPEZ
En su línea de "floreciente romanización", ya en octubre pretendía usted que los restos de las termas debían ser un "orgullo" e incluso un "honor" para los gijoneses. Pero como expuse en noviembre, y acabo de recordarle antes, eso es justamente lo que pretendía el fundador del Fascismo, al instrumentalizar los restos arqueológicos romanos. Imita usted a Mussolini tratando de convertir esa "herramienta" en presunto motivo de "orgullo" de los gijoneses. Su pirueta propagandística es del todo grotesca.
La dominación romana sólo puede ser motivo de "orgullo y honor" para los propios romanos, para Mussolini o cualquier imitador moderno con ínfulas de nuevo César. Y le repito lo dicho: es un escándalo que un arqueólogo apoye hoy de esa manera la propaganda del poder.
Orgullo y honor son sentimientos que nada tienen que ver con la ciencia. Con su alegato, lleva a cabo usted una manipulación psicológica acientífica. Pero además está usted realizando una falsificación histórica, porque no pueden aislarse los restos materiales de las termas de los hechos históricos que los motivaron. Y esos hechos básicos son que los romanos invadieron Hispania y tras casi 200 años de conquista, masacres y esclavizaciones sin cuento, hicieron lo mismo en el Norte. No fueron a Gijón a bañarse en las termas ni a "civilizar" a los astures y cántabros, sino a dominarlos y a explotar las riquezas materiales y humanas de la región. Eso es lo que hay que explicar a la gente si se quiere ser mínimamente objetivo. Pero si se explica todo el contexto real, se esfuma el "orgullo" por lo que hicieron los romanos y por los restos materiales que dejaron. Se vuelve a la pura objetividad histórica y científica. Y esa objetividad histórica es justamente lo contrario de lo que desean uste y quienes promueven el proyecto del Campo Valdés.
Ese proyecto de exhibición no tiene nada que ver con la arqueología ni con la historia, como tampolo lo tiene el ejecutado en la muralla. Es un proyecto propagandístico, aún más inculto, "faraónico", disparatado y destructor del patrimonio histórico que la barbaridad perpetrada con la muralla en la plaza de Jovellanos.
LA MALA IMAGEN DE LA ARQUEOLOGIA
En un artículo de fondo aparecido en enero de 1989 en la Tribuna de la Revista de Arqueología, se lamentaba Joaquín Rodríguez López de la desfiguración que sufre la imagen pública de la arqueología en España debido principalmente a factores políticos, con las palabras siguientes: "Con ello pretendemos decir que en ningún caso la lectura del registro arqueológico escapa a la proyección de visiones políticas particulares, que en muchos casos, arqueología y propaganda política pueden aparecer formando una pareja tan bien avenida que sea difícil de separar, que en este estado de cosas, la clase de arqueología que las instituciones subvencionan, con pocos escrúpulos a la hora de conducir a nuestra disciplina por canales políticos, es aquella que ponga de relieve, que justifique alguna aspiración determinada." "Esta realidad que hace pocos meses tan bien se definiera en estas mismas páginas como "Arqueología provinciana", estrecha de miras y financieramente obligada, contribuye concluyentemente a la selección de la información que será transmitida al público, al empobrecimiento de la disciplina en sí misma y a su incapacidad de corregir la estampa habitualmente ofrecida."
"No nos debe extrañar tampoco, que de acuerdo al panorama dibujado, el malestar popular sobre los logros del conocimiento arqueológico, sea generalizado. Lo que en un principio pudo hacer que la arqueología interesara al público, la simplificación del discurso histórico, es hoy un instrumento que paradójicamente se vuelve en su contra." "Por desgracia, no puede menos que compartirse esta crítica de Joaquín Rodríguez. Pero ese sombrío panorma, general en España, adquiere tintes mucho mas negros en el caso concreto de Gijón.
Sin embargo, no puede atribuirse la culpa de esta lamentable situación exclusivamente al poder político. Los arqueólogos que, por no perder sus favores, se someten a sus dictados sin objeción ni crítica, son cómplices del mismo.
Lo verdaderamente triste para la arqueología en el caso de Gijón es el lamentable espectáculo de sumisión y apoyo activo a los antihistóricos y antipopulares caprichos del poder político ofrecido por los excavadores de Cimadevilla y del Campo Valdés. La justa reacción de los gijoneses denota algo más que un simple malestar, es un verdadero clamor de indignación y asco, que crecerá sin duda, hasta límites imprevisibles si se perpetra en el Campo Valdés el nuevo brutal atentado contra el patrimonio histórico de la ciudad.
LA BANALIZACIÓN DE LA HISTORIA
Uno de los maestros actuales más admirables por su sabiduría e independencia radical, Julio Caro Baroja, dice en uno de sus más recientes trabajos, bajo el revelador título de "La tragicomedia historiográfica", lo siguiente: "Los dos peligros mayores creo que están en la banalización científica y en la banalización política de los conocimientos históricos y, aún mas, en la frecuente combinación de las dos banalizaciones, fundada en la pretensión de dar apoyos tenidos por científicos a ideas que nada tienen que ver con la ciencia y el conocimiento: si acaso, con unas pequeñas elecciones a diputados provinciales o concejales."
Esto puede aplicarse, mutatis mutandis, a las actuaciones y proyectos del ayuntamiento de Gijón sobre los restos arqueológicos de Cimadevilla y del Campo Valdés. Pero allí no sólo se banaliza la Historia en aras de un llamativo "faraonismo", no sólo se convierten unos sencillos restos arqueológicos en "gran obra" propagandística, sino que, lo que es mucho mas grave, se atenta directamente contra la Historia que encierran en potencia esos restos, y se destruye, a la vez, el patrimonio histórico más valioso de la ciudad. El que esa destrucción se lleve a cabo, además, contra la clamorosa voluntad del pueblo, es un forma despótica, propia de dictaduras tercermundistas, es algo que causa verdadero estupor, contemplado desde una perspectiva europea y realmente democrática.
ACTA EST FABULA
Llegamos así al final de su escrito, que concluye usted con los siguientes párrafos: "Se trata de que los gijoneses no deben permitir que se repita la historia de la muralla de Cimadevilla, que estén observantes a que las cosas se hagan de la mejor manera posible y de la que estén de acuerdo y convencidos. Este debate público ha de servir fundamentalmente para ello. Y apelo a los gijoneses desde el amor que siento por esta ciudad a que estén atentos y exijan que se lleven a cabo los planes como sólo ellos decidan que sean."
"Para ello, para que la polémica cuente con la mayor cantidad de datos sin confusión ni manipulación, para que reine la serenidad que requieren las circunstancias, para que todo salga como Gijón se merece, es por lo que me he atrevido a hacer este demasiado largo exhorto escrito."
Muchas gracias por la parte alícuota de "amor" que, como gijonés, me toca de su declaración. ¿Ama usted tanto todas las ciudades que visita un par de veces? Si es así, ¡menudos conflictos amorosos que tendrá! Aunque amores tan repentinos no son muy de fiar, pues carecen de raíces, y luego basta cualquier brisa soplando desde otro lado de los intereses para arrancarlos. Pero, seamos serios, no hace falta que se esfuerce usted tanto en declarar su amor a Gijón y a los gijoneses, pues carece usted de relación vital, emocional e íntima que le unan a ellos. Su "amor" es muy circunstancial e interesado. Usted ama, o dicho de forma más exacta y objetiva, usted defiende unos particulares intereses en este caso, los mismos que le llevaron a usted a Gijón, a ayudar a su compañera a sacar adelante el proyecto de hormigonado del Campo Valdés. Esa es la verdad, y todo lo demás es retórica y escenificación en el peor sentido de la palabara, es decir, hipocresía, o, dicho en la lengua del Imperio, "simulatio". Aunque, si le gusta más puedo decírselo en la lengua del "Imperio" actual: "cant".
Pero si lo prefiere con más racio sabor histórico y filosófico, por ejemplo en griego clásico, puedo decirle, como Epicuro a los platónicos: "Dionisokolax", adulador de Dionisos, que, entre otras cosas, era el dios de las mascaradas. Pero hace usted muy mal en su representación, pues este trozo de su papel no es verosímil, no resulta psicológicamente creíble. Y el primer deber de un actor es hacer verosímil el personaje que representa.
Las últimas palabras que pronunció el emperador Augusto en su lecho de muerte fueron, al parecer, "acta est fabula" ("se acabó la comedia"). Así se anunciaba en el antiguo teatro romano el final de la representación. Creo que hubiera concluido usted de mejor modo su última puesta en escena con esa fórmula.
Por lo demás, lo de la muralla de Cimadevilla debería decírselo usted a su compañera Doña Carmen Fernández Ochoa, que estuvo "muy observante" de los deseos del poder para facilitar el recrecido que usted ahora, en histriónica pirueta, califica de barbaridad.
Si "serenidad" es, como debería ser en un historiador, la ausencia de pasión e imparcialidad, esa "reina" ha abdicado al menos desde octubre en lo que a usted respecta. En cuanto al poder político que decidió el proyecto del Campo Valdés por personal capricho, allí ha reinado siempre en todo este asunto no ya la parcialidad, sino el despotismo menos ilustrado que uno se pueda imaginar. La manipulación y la confusión son precisamente los rasgos definitorios de su escrito. Ha manipulado usted mi análisis de noviembre con una desfachatez escandalosa, silenciando o deformando toda su argumentación relevante y tratando de descalificarlo de forma tan masiva como burda, intentando confundir al lector. Pero el viento de la verdad es imparable. Y es de necios escupir contra el viento.
Es una farsa del todo grotesca decir "que se lleven a cabo los planes como sólo ellos decidan que sean". Los gijoneses no han hecho "planes" sobre el Campo Valdés, los han sufrido. No son sujetos agentes, sino pacientes de unos caprichos faraónicos de los grupos dirigentes del ayuntamiento, que no tienen en cuenta para nada los deseos ni la voluntad de los ciudadanos. Los gijoneses lo único que quieren es que no les destruyan brutalmente a base de hormigón los últimos rincones de auténtico valor histórico y sentimental que les quedan en una ciudad tan maltratada por la especulación, la incultura y los intereses mezquinos del poder.
Si el sector gobernante del ayuntamiento insiste en su despotismo y trata de ejecutar el brutal proyecto, lo que sin duda tendrán que hacer los gijoneses será luchar contra la barbarie desatada de las hormigoneras por todos los medios necesarios. Cuando llegue a plantearse sobre el terreno "LA BATALLA DEL CAMPO VALDÉS", en defensa de la identidad histórica de Gijón, seguramente recordarán el "amor" que usted les declaró y le llamarán para que les ayude, aunque haga falta enviarle un emisario como Rectúgenos. Ya veremos entonces de qué lado de la barricada se pone usted, y si se repite la traición de Lutia o la de Brigaecium.
POR GUILLERMO M. LOPEZ
En su línea de "floreciente romanización", ya en octubre pretendía usted que los restos de las termas debían ser un "orgullo" e incluso un "honor" para los gijoneses. Pero como expuse en noviembre, y acabo de recordarle antes, eso es justamente lo que pretendía el fundador del Fascismo, al instrumentalizar los restos arqueológicos romanos. Imita usted a Mussolini tratando de convertir esa "herramienta" en presunto motivo de "orgullo" de los gijoneses. Su pirueta propagandística es del todo grotesca.
La dominación romana sólo puede ser motivo de "orgullo y honor" para los propios romanos, para Mussolini o cualquier imitador moderno con ínfulas de nuevo César. Y le repito lo dicho: es un escándalo que un arqueólogo apoye hoy de esa manera la propaganda del poder.
Orgullo y honor son sentimientos que nada tienen que ver con la ciencia. Con su alegato, lleva a cabo usted una manipulación psicológica acientífica. Pero además está usted realizando una falsificación histórica, porque no pueden aislarse los restos materiales de las termas de los hechos históricos que los motivaron. Y esos hechos básicos son que los romanos invadieron Hispania y tras casi 200 años de conquista, masacres y esclavizaciones sin cuento, hicieron lo mismo en el Norte. No fueron a Gijón a bañarse en las termas ni a "civilizar" a los astures y cántabros, sino a dominarlos y a explotar las riquezas materiales y humanas de la región. Eso es lo que hay que explicar a la gente si se quiere ser mínimamente objetivo. Pero si se explica todo el contexto real, se esfuma el "orgullo" por lo que hicieron los romanos y por los restos materiales que dejaron. Se vuelve a la pura objetividad histórica y científica. Y esa objetividad histórica es justamente lo contrario de lo que desean uste y quienes promueven el proyecto del Campo Valdés.
Ese proyecto de exhibición no tiene nada que ver con la arqueología ni con la historia, como tampolo lo tiene el ejecutado en la muralla. Es un proyecto propagandístico, aún más inculto, "faraónico", disparatado y destructor del patrimonio histórico que la barbaridad perpetrada con la muralla en la plaza de Jovellanos.
LA MALA IMAGEN DE LA ARQUEOLOGIA
En un artículo de fondo aparecido en enero de 1989 en la Tribuna de la Revista de Arqueología, se lamentaba Joaquín Rodríguez López de la desfiguración que sufre la imagen pública de la arqueología en España debido principalmente a factores políticos, con las palabras siguientes: "Con ello pretendemos decir que en ningún caso la lectura del registro arqueológico escapa a la proyección de visiones políticas particulares, que en muchos casos, arqueología y propaganda política pueden aparecer formando una pareja tan bien avenida que sea difícil de separar, que en este estado de cosas, la clase de arqueología que las instituciones subvencionan, con pocos escrúpulos a la hora de conducir a nuestra disciplina por canales políticos, es aquella que ponga de relieve, que justifique alguna aspiración determinada." "Esta realidad que hace pocos meses tan bien se definiera en estas mismas páginas como "Arqueología provinciana", estrecha de miras y financieramente obligada, contribuye concluyentemente a la selección de la información que será transmitida al público, al empobrecimiento de la disciplina en sí misma y a su incapacidad de corregir la estampa habitualmente ofrecida."
"No nos debe extrañar tampoco, que de acuerdo al panorama dibujado, el malestar popular sobre los logros del conocimiento arqueológico, sea generalizado. Lo que en un principio pudo hacer que la arqueología interesara al público, la simplificación del discurso histórico, es hoy un instrumento que paradójicamente se vuelve en su contra." "Por desgracia, no puede menos que compartirse esta crítica de Joaquín Rodríguez. Pero ese sombrío panorma, general en España, adquiere tintes mucho mas negros en el caso concreto de Gijón.
Sin embargo, no puede atribuirse la culpa de esta lamentable situación exclusivamente al poder político. Los arqueólogos que, por no perder sus favores, se someten a sus dictados sin objeción ni crítica, son cómplices del mismo.
Lo verdaderamente triste para la arqueología en el caso de Gijón es el lamentable espectáculo de sumisión y apoyo activo a los antihistóricos y antipopulares caprichos del poder político ofrecido por los excavadores de Cimadevilla y del Campo Valdés. La justa reacción de los gijoneses denota algo más que un simple malestar, es un verdadero clamor de indignación y asco, que crecerá sin duda, hasta límites imprevisibles si se perpetra en el Campo Valdés el nuevo brutal atentado contra el patrimonio histórico de la ciudad.
LA BANALIZACIÓN DE LA HISTORIA
Uno de los maestros actuales más admirables por su sabiduría e independencia radical, Julio Caro Baroja, dice en uno de sus más recientes trabajos, bajo el revelador título de "La tragicomedia historiográfica", lo siguiente: "Los dos peligros mayores creo que están en la banalización científica y en la banalización política de los conocimientos históricos y, aún mas, en la frecuente combinación de las dos banalizaciones, fundada en la pretensión de dar apoyos tenidos por científicos a ideas que nada tienen que ver con la ciencia y el conocimiento: si acaso, con unas pequeñas elecciones a diputados provinciales o concejales."
Esto puede aplicarse, mutatis mutandis, a las actuaciones y proyectos del ayuntamiento de Gijón sobre los restos arqueológicos de Cimadevilla y del Campo Valdés. Pero allí no sólo se banaliza la Historia en aras de un llamativo "faraonismo", no sólo se convierten unos sencillos restos arqueológicos en "gran obra" propagandística, sino que, lo que es mucho mas grave, se atenta directamente contra la Historia que encierran en potencia esos restos, y se destruye, a la vez, el patrimonio histórico más valioso de la ciudad. El que esa destrucción se lleve a cabo, además, contra la clamorosa voluntad del pueblo, es un forma despótica, propia de dictaduras tercermundistas, es algo que causa verdadero estupor, contemplado desde una perspectiva europea y realmente democrática.
ACTA EST FABULA
Llegamos así al final de su escrito, que concluye usted con los siguientes párrafos: "Se trata de que los gijoneses no deben permitir que se repita la historia de la muralla de Cimadevilla, que estén observantes a que las cosas se hagan de la mejor manera posible y de la que estén de acuerdo y convencidos. Este debate público ha de servir fundamentalmente para ello. Y apelo a los gijoneses desde el amor que siento por esta ciudad a que estén atentos y exijan que se lleven a cabo los planes como sólo ellos decidan que sean."
"Para ello, para que la polémica cuente con la mayor cantidad de datos sin confusión ni manipulación, para que reine la serenidad que requieren las circunstancias, para que todo salga como Gijón se merece, es por lo que me he atrevido a hacer este demasiado largo exhorto escrito."
Muchas gracias por la parte alícuota de "amor" que, como gijonés, me toca de su declaración. ¿Ama usted tanto todas las ciudades que visita un par de veces? Si es así, ¡menudos conflictos amorosos que tendrá! Aunque amores tan repentinos no son muy de fiar, pues carecen de raíces, y luego basta cualquier brisa soplando desde otro lado de los intereses para arrancarlos. Pero, seamos serios, no hace falta que se esfuerce usted tanto en declarar su amor a Gijón y a los gijoneses, pues carece usted de relación vital, emocional e íntima que le unan a ellos. Su "amor" es muy circunstancial e interesado. Usted ama, o dicho de forma más exacta y objetiva, usted defiende unos particulares intereses en este caso, los mismos que le llevaron a usted a Gijón, a ayudar a su compañera a sacar adelante el proyecto de hormigonado del Campo Valdés. Esa es la verdad, y todo lo demás es retórica y escenificación en el peor sentido de la palabara, es decir, hipocresía, o, dicho en la lengua del Imperio, "simulatio". Aunque, si le gusta más puedo decírselo en la lengua del "Imperio" actual: "cant".
Pero si lo prefiere con más racio sabor histórico y filosófico, por ejemplo en griego clásico, puedo decirle, como Epicuro a los platónicos: "Dionisokolax", adulador de Dionisos, que, entre otras cosas, era el dios de las mascaradas. Pero hace usted muy mal en su representación, pues este trozo de su papel no es verosímil, no resulta psicológicamente creíble. Y el primer deber de un actor es hacer verosímil el personaje que representa.
Las últimas palabras que pronunció el emperador Augusto en su lecho de muerte fueron, al parecer, "acta est fabula" ("se acabó la comedia"). Así se anunciaba en el antiguo teatro romano el final de la representación. Creo que hubiera concluido usted de mejor modo su última puesta en escena con esa fórmula.
Por lo demás, lo de la muralla de Cimadevilla debería decírselo usted a su compañera Doña Carmen Fernández Ochoa, que estuvo "muy observante" de los deseos del poder para facilitar el recrecido que usted ahora, en histriónica pirueta, califica de barbaridad.
Si "serenidad" es, como debería ser en un historiador, la ausencia de pasión e imparcialidad, esa "reina" ha abdicado al menos desde octubre en lo que a usted respecta. En cuanto al poder político que decidió el proyecto del Campo Valdés por personal capricho, allí ha reinado siempre en todo este asunto no ya la parcialidad, sino el despotismo menos ilustrado que uno se pueda imaginar. La manipulación y la confusión son precisamente los rasgos definitorios de su escrito. Ha manipulado usted mi análisis de noviembre con una desfachatez escandalosa, silenciando o deformando toda su argumentación relevante y tratando de descalificarlo de forma tan masiva como burda, intentando confundir al lector. Pero el viento de la verdad es imparable. Y es de necios escupir contra el viento.
Es una farsa del todo grotesca decir "que se lleven a cabo los planes como sólo ellos decidan que sean". Los gijoneses no han hecho "planes" sobre el Campo Valdés, los han sufrido. No son sujetos agentes, sino pacientes de unos caprichos faraónicos de los grupos dirigentes del ayuntamiento, que no tienen en cuenta para nada los deseos ni la voluntad de los ciudadanos. Los gijoneses lo único que quieren es que no les destruyan brutalmente a base de hormigón los últimos rincones de auténtico valor histórico y sentimental que les quedan en una ciudad tan maltratada por la especulación, la incultura y los intereses mezquinos del poder.
Si el sector gobernante del ayuntamiento insiste en su despotismo y trata de ejecutar el brutal proyecto, lo que sin duda tendrán que hacer los gijoneses será luchar contra la barbarie desatada de las hormigoneras por todos los medios necesarios. Cuando llegue a plantearse sobre el terreno "LA BATALLA DEL CAMPO VALDÉS", en defensa de la identidad histórica de Gijón, seguramente recordarán el "amor" que usted les declaró y le llamarán para que les ayude, aunque haga falta enviarle un emisario como Rectúgenos. Ya veremos entonces de qué lado de la barricada se pone usted, y si se repite la traición de Lutia o la de Brigaecium.
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